Para poder relacionar estos dos procesos, la destrucción
pasada y la futura reconstrucción, necesitamos verlos en el contexto general del
objetivo del Pueblo Judío de guiar a la humanidad al amor por la verdad y la
paz, acompañando a su vez a los pueblos de todas las naciones a lograr una
relación sincera y permanente con el Creador.
En el lenguaje del profeta, es nuestro deber ser “una luz
para los pueblos” (Ishaiah 49:6).
Fue con este propósito que el Beit Hamikdash, el
Templo, fue construido en Ierushalaim, erigiéndose como el lugar del encuentro
entre el pacto que nos conecta con Hashem y nuestra conexión con las naciones
del mundo.
Cuando consagró el Templo, el rey Shlomoh oró ante Hashem
que sirva no sólo como soporte de nuestra unión con el Todopoderoso, sino
también, según sus palabras, para que:
…El extranjero que no pertenezca a Tu pueblo Israel,
pero ha venido de una tierra lejana en aras Tu Nombre –porque los hombres oirán
acerca de Tu gran Nombre y Tu poderosa mano y Tu brazo extendido- cuando venga y
rece hacia este Templo, entonces Te oirá desde los cielos, Tu morada, y harás lo
que el extranjero Te pida; entonces todos los pueblos de la tierra conocerán Tu
Nombre y Te temerán, como lo hizo Tu pueblo Israel, y sabrán que esta casa que
he construido abriga Tu Nombre. (I Reyes 8:41-3)
Entonces, el proceso de destrucción del Templo que en
efecto tomó muchos años, tuvo distintas consecuencias. No sólo llevó a la
trágica pérdida de nuestra capacidad de cimentar nuestra relación con el
Creador, sino que también entorpeció y posiblemente dejó fatalmente anquilosada
nuestra capacidad de influenciar a otras naciones con nuestras ideas únicas y
nuestro compromiso con la verdad y la paz, tal como está revelado en la Torah.
En este artículo queremos explorar el significado del la
conmemoración del diez de Tevet a la luz de nuestro rol de emisarios de Hashem
para todas las naciones del mundo.
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